En el corazón del Macizo Colombiano, en el sur del Huila, se encuentra un fenómeno natural que atrae la atención de los visitantes: el Estrecho del Magdalena. Aquí, el río más extenso de Colombia, que generalmente presenta anchos considerables, se reduce a tan solo 2,20 metros.
Wilson Fernando Correche, un habitante de Popayán, revive su fascinación por este lugar. Hace doce años, se vio cautivado por un documental que revelaba la existencia de un tramo del río donde su ancho se reducía drásticamente. "Estaba viendo un documental por televisión. De pronto, empezaron a mostrar y a narrar sobre un sitio donde el ancho del río Magdalena apenas mide dos metros con 20 centímetros. Me quedé mirando fijo ese punto, no lo olvidé nunca", relata. El 20 de septiembre, Wilson regresó a este sitio con su esposa y se tomó una fotografía para conmemorar su visita. “Es increíble que un río tan ancho, en su largo recorrido por el país, tenga una parte donde tanta agua pasa por unos cuantos centímetros”, reflexiona.
Junto a otros turistas, disfrutó de un día soleado en este entorno, explorando el intrigante Estrecho del Magdalena. La complejidad de este fenómeno, rodeado de rocas, árboles gigantes y una abundante vegetación, despertó la curiosidad de los visitantes, quienes decidieron buscar respuestas. Karen Ordóñez, guía turística del municipio de San Agustín, compartió su conocimiento sobre la zona.
Antes de profundizar en el tema, Karen recordó datos importantes sobre el río: su longitud es de 1.600 kilómetros, su profundidad promedio alcanza los 12 metros, y lo más notable, su ancho máximo es de 1.073 metros en el municipio de Plato, Magdalena. "En este punto, el Magdalena ha recorrido unos 80 kilómetros, tras nacer en el páramo de las Papas. El agua es un poco oscura, pero es natural, debido sobre todo a los minerales y otros elementos en la zona”, explica la guía.
Con su experiencia, Karen también revela que el estrecho se formó a partir de una erupción volcánica, aunque no de un volcán específico, sino por el desplazamiento de placas tectónicas. “La naturaleza dejó este sitio angosto, donde el cauce se reduce a 2 metros con 20 centímetros. Igual pasa mucha agua, en una profundidad que se calcula en unos 15 metros”, aclara.
Este canal natural, de aproximadamente 800 metros de longitud, presenta un ancho variable entre 2,20 y 4 metros. Los indígenas de la región llamaron a este río Gauca-hayo, que significa "río de las tumbas". "Siempre se nos ha dicho que el cauce va de sur a norte por el país, pero en realidad, en esta parte va de occidente a oriente. Luego, en Timaná, donde se separan las cordilleras Central y Oriental, toma la dirección sur-norte”, explica Karen.
En el fondo del estrecho, el río ha formado cavernas, y hay historias de personas que, al intentar saltar los 2,20 metros de ancho, han perdido el equilibrio y, trágicamente, su vida al caer al agua.
El acceso al Estrecho del Magdalena comienza en la cabecera municipal de San Agustín, a solo 20 minutos en carro. Después de descender unas escaleras de concreto, los visitantes caminan entre piedras, rodeados de bosques y agua. En el camino, se encuentra la casa de Guillermina, Clelia y Listbina, de la familia Rengifo, quienes son propietarias de la empresa Libertejidos. El auge del turismo también les beneficia, ya que los visitantes se sienten atraídos por sus sombreros, bolsos y otros productos elaborados con fibra de plátano, especialmente durante la temporada alta de agosto, cuando muchos europeos buscan escapar del frío invierno.
Karen también señala que en la zona se pueden hallar rocas utilizadas por los indígenas para fabricar cinceles, que les permitieron crear figuras, similares a las que se exhiben en el Parque Arqueológico de San Agustín. “En el sector también es normal hallar algunos fósiles marinos, con los cuales se prueba que el mar hace millones de años llegaba hasta allí”, añade.
Wilson Fernando, el turista que revive su infancia, observa el agua del estrecho, que presenta un color verde claro. A pocos metros más abajo, el agua recupera su claridad, permitiendo ver la arena del fondo, un indicativo de que la contaminación en esta zona no es tan severa como en otras partes del río.
A medida que el Magdalena avanza hacia los valles, su ancho se transforma. En La Dorada, un puerto de Caldas con más de un siglo de historia, el río se extiende a 276 metros bajo el puente Ferro-Atlántico. José Ricaurte Castañeda, un pescador que ha vivido allí durante 35 años, comparte su perspectiva. “Lo que sí tengo claro es que el Magdalena es mi sustento, y más que eso, es mi vida. Por eso, siempre les pido a mis maestros de pesca que hay que cuidarlo”, afirma con convicción.
El Estrecho del Magdalena y su entorno evocan cuencas como Samaná, Norcasia y Pensilvania, donde los ríos La Miel, Guarinó, Manso y el Arma son parte de un paisaje que parece acariciado por el viento. Sin embargo, José Ricaurte ha notado una preocupante disminución de especies como la gata y el bagre, conocido como el rey del Magdalena. “Que en el Magdalena Medio; que en el Bajo Magdalena, y que el Alto Magdalena, allá donde nace con su espectacular Estrecho, lo cuide”, concluye, dejando un llamado a la conciencia sobre la necesidad de proteger este invaluable recurso natural.